Twitter y la guerra de los bots

Twitter es una inmensa ágora donde se dirimen las cuestiones de mayor importancia y actualidad de manera completamente horizontal. En teoría, todas las cuentas valen lo mismo, desde la del presidente de los Estados Unidos o el papa Francisco hasta la de cualquier usuario anónimo. Y este es, quizás, uno de los grandes hándicaps de la red social del pajarito, la posibilidad de mantener una cuenta anónima desde la que propalar toda clase de barbaridades, insultos y amenazas que no hacen sino enrarecer el ambiente y convertir el diálogo en poco menos que en una entelequia.

Twitter es el nuevo campo de batalla donde las grandes potencias pugnan por cualquier medio por mantener la hegemonía. Twitter es la guerra.

Twitter es la guerra. Una interminable batalla campal en la que hordas de usuarios, enardecidos hasta el paroxismo gracias a la protección que les proporciona el anonimato, se lanzan a combatir contra quien ose emitir una opinión que contradiga, aunque sea tan solo un milímetro, la visión propia. Podría decirse que, en la actualidad, buena parte de la opinión pública actual se forma en Twitter, en los hashtag de Twitter, dado que tanto personalidades políticas, sociales, artísticas y culturales, así como medios de comunicación y grandes empresas de cualquier ramo, poseen cuentas en la plataforma de microblogging desde las cuales, en muchas ocasiones, emiten mensajes y comunicados de carácter oficial.

Ejércitos de bots

No es de extrañar, por tanto, que la lucha primordial en esta guerra virtual se centre en moldear la opinión pública mediante el control de la información, da igual si ésta es verdadera o no. La verdad ha dejado de tener importancia, aunque analizar este asunto, siquiera de modo superficial, excede con mucho las intenciones de este artículo. Ejércitos de perfiles falsos automatizados, los conocidos como bots (aféresis de «robots»), se han puesto en marcha para tuitear de manera automática y coordinada con el fin de crear corrientes de opinión de manera artifical y de este modo influir tendenciosamente en los usuarios de cara a un tema concreto como, por ejemplo, la celebración de unas elecciones o el desprestigio de un planteamiento o idea de carácter político o social. El tema es lo suficientemente serio como para que sea considerado por las propias redes sociales uno de sus mayores problemas; se calcula que unos 16,5 millones de cuentas de Twitter son falsas, es decir, un 5% aproximadamente del total de usuarios.

El tema es lo suficientemente serio como para que sea considerado por las propias redes sociales uno de sus mayores problemas.

Por ello, este año, Twitter ha anunciado una serie de medidas encaminadas a luchar contra este tipo de prácticas generadoras de grandes cantidades de spam y que pueden desvirtuar gravemente la naturaleza de la propia red social. Además, la red social está obligada a intentar desactivar esta guerra sucia política si no quiere sucumbir ella misma a sus imprevisibles consecuencias. Una de las violaciones más comunes que pretenden combatir es el uso de cuentas gestionadas de manera coordinada para la promoción masiva de ciertos tuits o hashtags de manera automática.

Así, para mejorar la calidad, a primeros de este 2018 anunciaron que se iban a producir cambios significativos en la API de Twitter y en Tweetdeck, software desarrollado por la propia red para la gestión profesional simultanea de diversas cuentas, con el fin de limitar las acciones encaminadas a aumentar artificialmente la notoriedad de asuntos concretos

Estas prohibiciones no se aplicarán en casos de alertas o emergencia, como avisos de huracanes, tsunamis, u otras catástrofes naturales.

Estos cambios han sido anunciados desde el blog oficial de Twitter, donde también se avisa de los cambios introducidos para que los desarrolladores de software externos de gestión de Twitter se pongan al día sobre las nuevas políticas de publicaciones simultáneas y programación de contenidos.

Paralelamente, Twitter ha subrayado que estos cambios no se aplicarían en casos de alertas de emergencia, como avisos de huracanes, tsunamis u otras catástrofes naturales, o cualquier otra acción comunicativa coordinada que persiga preservar la seguridad de la sociedad.

En resumen, una batalla a pecho descubierto que, lejos de vislumbrarse su final, no ha hecho más que mostrar sus primeras escaramuzas, pues nadie va a estar dispuesto a renunciar dócilmente al inmenso poder de seducción que para las masas poseen las redes sociales, que sin duda son un perfecto terreno de juego para la propaganda política.

 

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